15 de diciembre de 2014

Victor del Arbol - Un millón de gotas



Hace unos días tuvimos ocasión en Toulouse de asistir a unas nuevas jornadas organizadas por el CTDEE, el Centre Toulousain de Documentationsur l’Exil Espagnol. Son estas jornadas una presentación de libros que tienen el exilio español como protagonista, así se trate de ficción como de ensayo. En la parte a la que pude asistir Serge Mestre, que es escritor y ha sido además traductor de Jorge Semprún, nos presentó Les plages du silence, un relato donde se narra la salida en masa de Barcelona, la llegada a Francia a comienzos de 1939, los internamientos en campos como el de Argeles. Debía también haber participado Víctor del Árbol, para presentar Un millón de gotas, traducido en francés como Toutes les vagues de l’Òcean. Gracias a la siempre amable Placer, del CTDEE, hemos podido saber que Víctor del Árbol ha pasado un tiempo entrevistando a algunos supervivientes del exilio, con cuyos relatos ha construido este Un millón de gotas. Él no estuvo físicamente pero Placer pudo leer esta carta que envió para estas jornadas, carta que reproduzco por gentileza de Placer, para quien va nuestro agradecimiento.


El  escritor y el compromiso.


Queridos amigos y amigas,

Como ya sabéis, por razones de fuerza mayor me es imposible compartir con vosotros esta jornada. Me hacía especial ilusión repetir la experiencia y la vivencia que tuve el privilegio de disfrutar a vuestro lado durante mi estancia en Gaillac. Máxime ahora, cuando está a punto de salir publicado en Francia mi último libro, Un millón de gotas (Toutes les vagues de l’Òcean), que se alumbró en buena parte gracias a vuestros testimonios, y por el que os debo mucho.
Nada me hubiera hecho más ilusión que presentaros la vivencia de Elías Gil en mayo del 37 en Barcelona como chekista, su periplo por la Unión Soviética estalinista, su evolución en la clandestinidad y el tardo franquismo. Debatir con vosotros y con mi queridísimo amigo Alfons Cervera sobre la construcción de la memoria, sobre la pérdida de la Utopia, sobre la invención de tantos mitos que ha dado nuestra Guerra Civil y que –dramáticamente –perduran en un imaginario que cambia el contexto pero que se sigue retrotrayendo al pasado. En cualquier caso, la salud impone sus tiempos y a nosotros no nos queda otra opción que aceptarlo. Pero sé que llegará el momento de volver a vernos y a escucharos.
 Hoy, el sueño de una Europa de los ciudadanos, de la Cultura y del ideal humanista parece más alejado que nunca. La corrupción, la crisis económica y de valores minan la capacidad de resistir de las clases obreras y medias, la democracia está en absoluto descrédito, se alimentan el fantasma de los populismos y los nacionalismos, vuelve el discurso de nosotros sin los otros que tanto daño nos hizo antes, y surgen aquellos líderes lerrouxistas construidos en las recámaras del Poder. Y sin embargo, y precisamente por ello,  me parecen de una vigencia necesaria este tipo de encuentros para que las ideas y la palabra no sucumban ante tanto ruido espurio.
Es conocida la frase de Erasmo de Rotterdam cuando presenció los autos de fe donde se quemaron los libros de Lutero: “quien hoy quema los libros, mañana hará arder a las personas” Quizá ya no volvamos a ver esos aquelarres nazis donde ardían en piras las palabras y las ideas de Sweig y de tantos, ni veamos arrojados por las ventanas del Palacio de la Moneda en Chile la biblioteca de Allende. Tal vez ya no veamos un códice calixtino que prohíba ciertas lecturas, ni un censor gris en un despacho de Madrid poniendo y quitando escenas de una obra de teatro. No, el Poder, como la resistencia, también evoluciona, se hace sutil. Ya no se necesitan los gestos evidentes de violencia o de represión. Basta con discursos legislativos, con la violencia de los mercados, con la amenaza del paro y la precariedad laboral. Es mejor alimentar la xenofobia, el miedo al otro, enemigos lejanos a los que llamar terroristas. ¡Tan cerca y tan lejos del libro de Orwell!
Efectivamente, ya no se queman libros. Al contrario, se publican a cientos, a miles, se fomenta una literatura de consumo, fast-food que lejos de ser una exploración se limita a la mera explicación, se impone el pensamiento irreflexivo, rápido, twitero, y se exige una rápida toma de posicionamiento. Todo el mundo necesita posicionarse ante cualquier situación o se le tacha de mediocre y tibio. Hoy se lee más, podríamos decir (aunque sea falso), la escolarización en el mundo desarrollado alcanza números insospechados, la oferta informativa es abrumadora: y lo cierto es que se lee en realidad menos y sabemos mucho menos que antes, nuestros estudiantes reciben formación positivista y utilitaria en el mejor de los casos. Desvirtuar el pensamiento, por saturación, alimentar ideólogos que no van más allá del slogan ingenioso, hacer tanto ruido que no quede espacio para la discusión, la reflexión y la pausa. Esa es la manera de destruir la Cultura sin que huela a ceniza: vulgarizarla y vaciarla de contenido. Construir nuevos referentes.
Ante este panorama, me pregunto cuál es el papel del escritor comprometido. ¿Comprometido con qué? ¿Con su tiempo, con su escritura, con los otros o consigo mismo? ¿Y en qué consiste ese compromiso? Sobre estas cuestiones me hubiese gustado poder discutir con vosotros y con los ponentes.
Hay una frase de Mayakowsky que me gusta mucho (y no significa que esté de acuerdo): el arte no es un espejo de la realidad. Es un martillo para sacudirla. Me pregunto si no está ahí la clave del compromiso. Si acaso el autor adquiere su compromiso con la idea que expresa en sus libros, lo quiera él o no, puesto que cuando uno dice o escribe algo, de algún modo ya se está posicionando. Me doy cuenta pues de que mi compromiso está en mi literatura, en la forma estética en que escribo, pero también en el fondo, en los temas que elijo y en el modo de tratarlos.
Mi compromiso es por tanto, conmigo mismo, y desde ahí ir hacia los otros, reclamar la lentitud como forma de reflexión, la estética como un modo de transcribir valores que creo importantes, escapar de la demagogia sin caer en el relativismo, y en definitiva, como decía Albert Camus: no ser rebelde (pues el rebelde solo lucha por sí mismo y su ahora) sino ser revolucionario (pues el revolucionario no pretende escapar de una situación sino revertir las causas de su injusticia)
No deja de sorprenderme, por ejemplo, que en este último libro mío, la inmensa mayoría de lectores centren su punto de interés en la primera parte –la que habla del periplo del personaje en el gulag soviético –mientras que, lectores y críticos, pasan de puntillas sobre la parte central –las purgas y la revolución del 37, los campos de concentración en el sur de Francia, con sus guerras intestinas, el papel mitificado de la resistencia española contra Petain. ¿Saturación, necesidad de pasar página o mera incompetencia por mi causa? No lo sé. Lo cierto es que miramos las noticias y nos escandalizamos viendo a los africanos colgados literalmente en nuestras fronteras del sur, pero olvidamos, o no queremos recordar, esas fotografías de Kapa, invocando un supuesto pacto de concordia. No queremos ver aquella España en blanco y negro.
El pasado, contra lo que se dice, no es invención. Lo es la memoria sesgada y partidista. El pasado –y ese es mi compromiso – no es un ajuste de cuentas, sino una admonición al presente para un futuro sin trabas.
Tal vez sea cierto que la Utopía es aquello que buscamos sabiendo que jamás lo alcanzaremos. Pero es lo que nos hace avanzar. De modo que, queridos amigos, no nos queda más remedio que seguir soñando, leyendo, escribiendo y debatiendo. Para pasar a la acción.
Una acción cotidiana en la que –y tomo prestado a Alfons – nos traicionemos a nosotros mismos lo menos posible.
Recibid un fuerte abrazo.

Víctor


Y como es costumbre dejo un vídeo para ilustrar esta entrada. Que os guste.


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